viernes, 20 de mayo de 2011

Yo con el corazón destrozado... ¿y el man? ni burguer...

Largas horas de llanto, el dolor parece no tener fin, cada despertar es un martirio, preferiría quedarme toda la vida bajo las sábanas; ¿por qué tiene que salir el sol?  Dios, cómo duele todo esto!!!

Me obligo a levantarme, me doy una ducha y salgo a trabajar; no desayuno pues he perdido el apetito. Enciendo el auto, inhalo suficiente aire para tomar fuerzas. Llevo un pesar en mi alma que no me deja en paz. Llego a la oficina y comienzo a pensar nuevamente en el asunto: sigo sin poder entender por qué me pasa esto a mí, qué hice mal, qué hice para merecer que me traten así, si yo siempre fui sincera y di todo de mí!!!

Pasan las horas, no consigo concentrarme entre tantos papeles. Busco una prédica en Internet, tal vez halle algún mensaje que pueda ayudarme, un mensaje que me dé esperanzas y aliento. Termino de ver la prédica; estoy más animada que antes pero aún tengo dolor…
Llamo a una amiga, nos citamos a tomar un café, acudo al encuentro al salir del trabajo. Ella me escucha con atención, me abraza, no entiende el dolor que llevo dentro pero al menos se siente bien que alguien me escuche.

Es hora de ir a casa, conduzco casi como un zombie, abro la puerta de mi habitación y lanzo mis cosas por allí. Me desplomo en la cama, mi espíritu está rendido después de tanto luchar, respiro profundamente, cierro mis ojos, no puedo creer que haya caído en un estado de depresión tal que no quiero que sea otro día. 
Hago mi oración y el Señor logra calmarme, pero quisiera quedarme en sus brazos y no despertar jamás…

(continuará)

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